YO VISITÉ EL SALADO DE CONSOTÁ Y EMPECÉ A SOÑAR...
El Salado
de Consotá, proyecto turístico
para la
ciencia, la historia y la cultura
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ecuerdo claramente la emociones que sentí la primera vez
que visité el Salado de Consotá, aquel sitio arqueológico, ubicado en un
pequeño valle rodeado al norte por la Quebrada el Chocho y al sur por el Río
Consotá. En esa planicie, cubierta por la exuberante vegetación de la selva
andina en sus primeras etapas de regeneración natural, percibí cómo mi cuerpo
se debatía entre las emociones propias de aquel que se siente fascinado por la
historia, pero también, emocionado como académico por los sucesos que me
describían. Arqueología, historia, ecología, geología, economía, caficultura,
en fin, los temas no paraban de fluir y aún hoy, seis años después no se agotan. Aquel
día, sentí que en ese sitio confluía
toda la historia de la región, idea que confieso ha llegado a desvelarme.
Un insignificante manantial de agua, que difícilmente
fluye, es el motivo por el cual se entretejen los momentos históricos de
nuestra región, y por qué no, del país. Escuchando a la arqueóloga Marta Cano,
dejaba viajar mi imaginación. El indio Quimbaya, atizando el fuego para hervir
el agua en la vasija de barro, hasta evaporarla para obtener unos gramos de sal
húmeda que, según ella, es de excelente calidad. A continuación, me señalaron
un basurero de tiestos que por su perfil estratigráfico sugería acumulación de
material desde hacía dos mil años por lo menos… Hoy han encontrado indicios de
explotación de la sal desde hace cinco mil años, o sea, a cargo de grupos
prequimbayas… Con razón afirman que es posiblemente la evidencia de actividad
minera más antigua identificada por lo menos en Colombia.
Luego empezamos a caminar hacia la desembocadura de la
Quebrada El Chocho en el río Consotá, la cual hay que cruzar para llegar, por
un camino que el río inunda cuando llueve, hasta la mina de cobre, la cual
tiene un túnel de unos 600 metros de profundidad utilizado para extraer aquel
mineral que permitía darle la consistencia al oro para fundirlo en la aleación
conocida como tumbaga, con la cual se desarrolló la preciosa orfebrería
Quimbaya, tan bien descrita en la novela histórica de Hernán Palacio Jaramillo
“El Tesoro de los Quimbayas”. ¿Y de dónde sacaban el oro? Pues de la Quebrada El
Chocho, oro de aluvión, y de una mina que más tarde ubicarían a más de un
kilómetro aguas arriba de la misma quebrada. ¿Y la arcilla para la cerámica?
También se encuentra en el sitio y recientemente la han referenciado.
Para la época de los Quimbayas seguramente la madera para
alimentar el fuego estaba en los mismos alrededores, pero siglos después,
cuando la explotación tenía rasgos de industria, pues ya implicaba hornos en ladrillo, posiblemente tenían que traerla de lugares un
poco más retirados. Las montañas que circundan al sitio arqueológico, revelan
las huellas de los “canales” que se fueron formando en la ladera cuando
lanzaban los troncos hacia el valle. También es posible observar una
modificación de las orillas del río Consotá, posiblemente para encauzarlo y así
aprovechar más fácilmente sus aguas y así utilizarlas en múltiples opciones que
requerían los procesos industriales, lo cual no afectó la belleza paisajística
del río ni el agradable discurrir de sus aguas jóvenes y briosas, pero que
encuentran algo de sosiego al ingresar en este valle, luego de bajar
torrentosas desde las montañas de la cordillera central.
Más sorprendentes son las teorías geológicas sobre el
manantial salobre, pues al parecer el líquido fluye por entre una falla geológica
que conecta a un reservorio de agua en las profundidades del subsuelo con la
superficie. ¿El agua del reservorio es una bolsa de agua marina o el agua al
fluir atraviesa una veta de sal? La teoría está en debate científico, pero
pareciera que la primera hipótesis es la correcta pues estudios microbiológicos
ya demostraron que hay vida en esa agua, y la evidencia son las bacterias
encontradas en ellas.
Sal, agua, fuego, arcilla, cobre, oro, madera… todo en el
mismo lugar; una sorprendente coincidencia que muy posiblemente puede ser la
única en el mundo. Producción alfarera, producción orfebre, producción salina,
un modelo de aprovechamiento artesanal que evolucionó a formas industriales,
desde hace cinco mil años hasta mediados de 1900 cuando entró en producción la
explotación de sal en Zipaquirá, Cundinamarca y la “mina” fue abandonada.
Sal que fue
utilizada en la alimentación, sal que
sirvió para el trueque con otros grupos indígenas, sal que sirvió como moneda, sal
que sirvió para el comercio, sal que
sirvió para la economía industrial, sal
que ha entretejido la historia a lo largo de cinco milenios. Prequimbayas,
quimbayas, españoles, criollos, colonizadores y cafeteros, han tenido relación
con el sitio. Casi medio siglo permaneció el agua salina perdida entre el monte
del bosque en regeneración, rodeado de fincas con cafetales, pero perduró en
los relatos de los abuelos de las comunidades locales y se mantuvo viva en los
textos de los cronistas. Un grupo de científicos de la Universidad Tecnológica
de Pereira, dedicados a la investigación arqueológica, la recuperó para el
presente, pero no está claro qué nos corresponde a nosotros hacer con este
sitio, que más que un sitio, es una crónica viva de la historia de nuestro país
a través de la sal.
Pero hay pistas. Además de los tesoros de la naturaleza
que confluyen con fortuna en aquel sitio, su ubicación es privilegiada pues se
encuentra a un par de kilómetros de la ciudad, en su frontera entro lo urbano y
lo rural, con fácil acceso por la vía que une a Pereira con Armenia, pudiéndose
llegar a pie en una agradable caminata. El sitio está rodeado al norte por
predios de la Universidad Tecnológica de Pereira, en particular, aquellos que
alojan al moderno edificio de la Facultad de Bellas Artes y Humanidades, al muy
preciado Jardín Botánico de la UTP y a una tumba quimbaya que se protege in
situ, en el marco de un imponente edificio de aulas. Hacia el occidente y el sur existen fincas
algunas cafeteras, otras ganaderas o residenciales y unas más con conjuntos
cerrados para viviendas campestres.
Pero el Salado de Consotá es el eje que conecta un gran
corredor ambiental pues hacia el occidente y valiéndose del Jardín Botánico,
conecta un corredor biológico que une los bosques de la zona de Canceles para
llegar hasta los bosques de la cuenca del río Otún, generando un gran cordón de
vegetación hacia el occidente de la ciudad, el cual llega hasta los páramos
coronados por las cumbres de los
nevados. Y hacia el oriente conecta con el corredor boscoso del río
Consotá, el cual nos lleva hasta el río La Vieja. Hoy la ciudad se está
planificando y ordenando ambientalmente desde sus ríos y el Salado de Consotá
cobra un nuevo valor histórico en el marco de la gestión ambiental.
Pero un sitio arqueológico con las características ya
descritas no debería permanecer oculto para los pereiranos y risaraldenses, en
primera instancia, y menos para los colombianos, y tampoco para los
extranjeros, quienes junto con nosotros, comprenderíamos acá nuestra historia,
nuestra cultura, pues El Salado tuvo conexiones comerciales con todo el país, a
través de una completa red de caminos indígenas, utilizados luego por los
conquistadores. Tampoco debería permanecer oculto para los científicos y los
historiadores, pues el sitio guarda aún múltiples evidencias arqueológicas que
no han sido descubiertas, como otros hornos de ladrillo o más tumbas indígenas
que permitan caracterizar y comprender mejor a las culturas que lo
aprovecharon, así como evidencias históricas que permitan ir hilvanando la
historia regional con más precisión.
Cuando llego a este momento del relato, pienso
inevitablemente en la palabra turismo, pero un turismo que como bien lo señala
el Código Ético Mundial para el Turismo, es “una actividad generalmente asociada
al descanso, a la diversión, al deporte y al acceso a la cultura y a la
naturaleza, debe concebirse y practicarse como un medio privilegiado de
desarrollo individual y colectivo. Si se lleva a cabo con la apertura de
espíritu necesaria, es un factor insustituible de autoeducación, tolerancia
mutua y aprendizaje de las legitimas diferencias entre pueblos y culturas y su diversidad”
(OMT, 2001. Artículo 2)
Turismo cultural, ecoturismo, turismo científico, turismo
educativo, turismo histórico, son varias tipologías turísticas que coinciden en
la necesidad de preservar el patrimonio natural o cultural pero permitiendo la
visita a los sitios donde éste se encuentra, y contribuyendo a su conservación,
además de procurar un experiencia con sentido, con profundo sentido para el
viajero o visitante; en suma una experiencia de visita que eduque pero
recreando. Y existen modelos para implementar propuestas de ese tipo.
Yo estoy convencido de que este sitio es, desde el punto
de vista arqueológico, tan importante como San Agustín y Tierradentro, o Ciudad
Perdida, y por qué no, como Machu Pichu o las pirámides del corredor maya.
Obviamente su valor arqueológico no radica en su desarrollo arquitectónico o
monumental, donde los otros sitios son muy reconocidos, sino por sus complejas
relaciones históricas, culturales, económicas, geológicas, ecológicas y por su
puesto arqueológicas, con una ventaja probablemente insuperable: resulta muy
provocador para la imaginación de quien lo visita y ese es el factor que lo
lleva al más alto nivel de importancia y que lo hace tan relevante para un
proyecto de uso público.
Los sitios arqueológicos que tienen los argumentos y
contextos capaces de incentivar la imaginación humana, se vuelven hitos de una
región, de un país. Y el Salado de Consotá tiene todos los atributos para ello,
incluso ahora, pese a que es un “rastrojero” como se diría despectivamente de
aquello que no tiene valor para la sociedad, aquello que le estorba. Quién
visite hoy El Sitio, que no tiene desarrollo alguno de infraestructura, podrá
experimentar cómo su imaginación alza vuelo, avivada por los relatos históricos
y el ambiente natural del sitio. Y
seguramente se preguntará cómo se podría desarrollar turísticamente un sitio
como este.
Y la respuesta es: centrándose en el valor mismo del
sitio, convirtiéndolo en atractivo turístico de un invaluable valor
patrimonial, tanto cultural como natural. Donde las actividades a desarrollar
estén centradas en la vivencia de la historia y todos los matices que ella
pueda contener y contar. Para entenderlo hay que retirar de la mente todas las
referencias o recuerdos asociadas al turismo de atracciones mecánicas y
adrenalina desenfrenada, de sol y playa, o de sol y piscina, de rumba y licor,
de sitios termales convertidos en balnearios de agua caliente…
No implica lo anterior que no haya diversión o
entretenimiento, porque debe haberlo, pero desde la lúdica, desde el “juego” en
su mejor expresión. Quienes hayan visitado Explora en Medellín, o en el Quindío
Panaca, Recuca o el Jardín Botánico, o Maloka y Divercity en Bogotá, entenderán
que sí es posible entretenerse con educación y el Salado de Consotá puede
convertirse en un proyecto de turismo cultural formulado desde esa
intencionalidad. Al mismo tiempo, puede desarrollarse como escenario vivo para
la investigación científica, la cual se nutriría de los recursos que pueda
transferirle la actividad turística para ser invertidos en proyectos de
investigación arqueológica, histórica, cultural, ecológica, geológica,
ambiental, entre otros directamente vinculados con el Salado de Consotá.
Imaginemos a los colegios y universidades de la región y
de Colombia en general, escogiendo al Salado de Consotá como sitio preferencial
para la visita en sus viajes escolares. Imaginemos a los turistas
internacionales viajando hasta él por ser éste el custodio de la identidad de
una cultura. Imaginemos a los investigadores nacionales e internacionales
explorando y referenciando los secretos del sitio. Imaginemos a los grupos de
familias ingresando a un lugar que les explicará y entretendrá con el eje histórico
de su Nación.
El sitio puede desarrollarse en varios niveles de
complejidad. El más básico sería un circuito de senderos interpretativos de fácil caminata que una los sitios de
valor arqueológico y geológico, enmarcados con una oferta natural de buen valor
ecológico y paisajístico. Se podrían ofrecer varios tipos de recorridos, desde
el más general hasta recorridos más detallados o asociados a talleres de
educación ambiental o cultural.
El siguiente, sería complementar al anterior con un muy
buen museo arqueológico que en su
expresión básica, se centraría en la alfarería y orfebrería Quimbaya, pero que
se podría complementar con vestigios asociados a la producción salina, y que en
su mejor expresión histórica y estética, debería recopilar todo aquello que se
pueda custodiar para mantener la memoria viva de cinco milenios, es decir,
desde los grupos de cazadores recolectores hasta la cultura cafetera.
El tercer nivel podría desarrollarse desde el concepto de
centro de interpretación, muy
diferente a un museo, porque a partir del concepto de interactividad y la
lúdica permite que el visitante establezca de manera sencilla relaciones
mentales y emocionales a partir de procesos o relaciones complejas. Dichos procesos o relaciones estarían ligados, por
ejemplo, al proceso geológico que permite que el agua salobre fluya hasta la
superficie, o los sucesos geológicos que permiten que en menos de un kilómetro
cuadrado confluyan el oro, el cobre, la arcilla y la sal, junto con el agua y
los bosques maderables, o al proceso físico-químico que permitió el desarrollo
de la tumbaga. Que interesante sería la vivencia del proceso artístico que
permitió el desarrollo de la alfarería y orfebrería para consolidar la
identidad de los quimbayas. O interpretar sobre las relaciones entre la sal de
El Salado y el desarrollo de la gastronomía local. También se podría explicar
sobre métodos de investigación arqueológica e histórica, pues sin lugar a
dudas, aún persisten imaginarios sociales que encuentran fascinación hacia esas
prácticas científicas. Finalmente, se podría recurrir a interpretar procesos
más contemporáneos relacionados con el manejo ambiental de los cuerpos de agua
que bañan al Salado, o de los proyectos de ordenamiento ambiental para favorecer
los corredores biológicos y paisajísticos que se enlazan en el sitio.
Podría presentarse un cuarto nivel de desarrollo para
darle cabida a otras expresiones culturales o a otras formas escénicas de narrar la historia y representar las culturas,
como por ejemplo presentaciones musicales, o de baile, que narren los sucesos
históricos de El Salado. Podrían tomarse como referencia la lógica escénica y
la secuencia de los espectáculos de Panaca, o la puesta en escena del Show del
Café en el Parque del Café que es una actividad aislada y complementaria al
resto de la oferta. Que interesante sería una puesta en escena musical y de
baile, que recupere la memoria y el patrimonio artístico de nuestros distintos
momentos históricos, expresando, por ejemplo,
cuales son los aportes musicales de nuestros indígenas al folklore, cómo
se fusionó con el legado español, como varió con la colonización, etc. Este
nivel de desarrollo contribuiría enormemente avivar la imaginación del
visitante, dejándole un recuerdo emocional difícil de olvidar.
Y aparece un quinto nivel de desarrollo para El Salado de
Consotá, el cual podría obtenerse a partir de la idea del “juego de roles” que es una técnica de interpretación del
patrimonio que permitiría involucrar al visitante en la historia, llevándolo a
vivirla en cuerpo e imaginación, de manera escénica o recurriendo a recursos de
virtualidad. Un ejemplo puede ayudar, y es Divercity, donde los niños juegan a
ser grandes, a ser habitantes de un ciudad hecha para ellos, que les permite
desprenderse de sus padres, ser autónomos en la elección de las actividades que
desarrollan, socializar con otros niños, aprender el valor de la moneda, a
trabajar y ganar y gastar para comprar, en fin, un conjunto de vivencias donde
el niño reproduce la cotidianidad del adulto en una ciudad sin perder su
capacidad de entretenerse como niño.
La idea, entonces, sería desarrollar una propuesta de
juego de roles donde el visitante, niño, joven o adulto pueda aprender la
historia de la región y comprender la del país desde el Salado de Consotá en un
escenario construido para viajar en el tiempo, donde hay que asumir los roles
que cada momento histórico nos presenta y que permite diferenciarlo de otros.
Lo momentos históricos estarían asociados a: cazadores recolectores, quimbayas
(aldeanos, mineros y comerciantes), españoles durante la conquista, esclavos y
luego la colonia, criollos durante la república, colonizadores caucanos y
antioqueños, cafeteros y mineros de la sal. Esta propuesta permitiría asociar
la historia a referentes culturales claves en la identificación de cada momento
histórico, como trajes y vestidos, artefactos, muebles y utensilios,
arquitectura, gastronomía, folklore, etc. Obviamente hay que desarrollar la
idea para alcanzar a describir los detalles de la misma, pero no dudo que suena
provocadora para la imaginación y sugestiva para el entretenimiento.
Finalmente, el desarrollo turístico de El Salado de
Consotá estaría acompañado de los servicios turísticos necesarios para apoyar
la visita del viajero, como son alimentos y bebidas, baños, parqueaderos,
comunicaciones, guías turísticos y por su puesto un conjunto de tiendas
artesanales, que tendrían el gran reto de desarrollar artesanías inspiradas en
todo lo que El Salado propone como oro, cerámica, cobre, etc., o sobre los
diversos periodos históricos reseñados.
No es necesario desarrollar tipologías de alojamiento pues en el entorno
rural y urbano hay una oferta importante de estos servicios. No se le deben
mezclar otros tipos de servicios diferentes a los sugeridos para las tipologías
de turismo histórico, educativo, científico y cultural. No visualizo al Salado
como destino de observación de aves, o balneario en el río Consotá, ni como spa
o afines, tampoco con zona de campismo. Hay otros que ya ofrecen ese tipo de
propuestas.
Mi anhelo, como hijo adoptivo de esta tierra, es que mis
hijos pereiranos, en especial mi hija, pueda crecer para un generación que
tenga un imaginario diferente para Pereira, una generación que gracias a los
viajes turísticos pudo conocer a una Pereira culta y “culturizadora”,
profundamente ambientalista, y no a una Pereira de comercio sexual y rumba
desenfrenada. Sueño con una Pereira
convertida en referente de educación y ciencia para el país, y estoy convencido
de que están dadas las condiciones para ello y que afianzarse en ese propósito
puede resultar en un proyecto económico viable para la ciudad, tal y como se
está liderando desde el proyecto de Movilización Social. El Parque Temático de
Fauna y Flora será el otro gran impulsador de ese nuevo imaginario para Pereira
pues está focalizado en el segmento de estudiantes, pero no bastará con él
sólo, requiere que otros proyectos surjan y otros se consoliden, y el Salado de
Consotá tendrá que ser protagónico en esa visión, de la mano de la Catedral de
Pereira con su museo, o del ecoturismo
en las Áreas Naturales Protegidas, entre ellas las de la cuenca del río Otún y
muy especialmente el Parque Temático de Fauna y Flora de Pereira. Es necesario
que los proyectos de ordenamiento territorial en el entorno de los ríos Otún y
Consotá se consoliden como una propuesta ambiental y de espacio público. Con el
apoyo inicialmente de Marsella, un ícono cultural, arquitectónico y cafetero de
Risaralda y de Santa Rosa de Cabal, como referente gastronómico, de salud y de
eventos culturales, se logrará consolidar una oferta turística muy completa
para la ciudad y el departamento.
Si el Quindío se posicionó como turismo de parques
temáticos y rural, nosotros vamos camino a ser turismo de naturaleza y cultura,
segmentos que tienen muy buena acogida por los segmentos de viajeros que están
llegando a la ciudad, gracias al turismo
de eventos y al naciente turismo de salud, cuyos viajeros encontrarán en los
atractivos antes señalados muy buenas opciones de entretenimiento. Y esos
mismos atractivos se encargarán de traer a los grupos educativos y a los grupos
familiares. Invito a construir esta ruta de desarrollo, desde el Salado de
Consotá.
Por: Andrés Rivera Berrío
Director Escuela de Turismo Sostenible
Facultad de Ciencias Ambientales
Universidad Tecnológica de Pereira
Junio 16 de 2011