QUE SE ME TUERZA UNA TRIPA

Fritanga de cerdo
¡Que vaina! Amanecí "directo". ¿Qué habrá sido? Aún no se si fue la fritanga de Briceño o el cordero en Nobsa. La fritanga de cerdo sólo tenía longaniza, morcilla, costilla, lomo y pernil... Pero yo sospecho de la papa salada con ají. Del cordero no, porque ¿cómo sospechar si es una criatura bíblica? 

Génovas en el Puente de Boyacá
Tampoco puedo poner en duda a las génovas, los cábanos y el queso de cabeza que disfruté junto con las habas que me ofrecía esa bella familia de campesinos boyacenses al pie del monumento a la gloria de Bolívar en el Puente de Boyacá. Esos manjares los disfrute con un canelazo, que solo fue superado por el otro que me sirvieron en Monguí, calientico y con sabor anisado. 

Changua boyacense
Colaciones en Monguí
Tampoco debo dudar de la changua boyacense que cené la primera noche en Paipa, era una verdadera delicia pues tenía queso y almojabana exquisitamente sumergidos con el huevo, acompañadas por una la arepa boyacense rellena de queso... Debió ser, realmente el masato con mantecada que me comí de nueves al lado de nuestros próceres en el Pantano de Vargas, pero ¿cómo dudar de tan nobles personajes de nuestra historia? De seguro ellos también los comieron y por eso ganaron esas batallas...


Imposible que me cayera mal el postre de limón que me brindó esa hermosa jovencita que en Nobsa nos ofrecía, en un mercado gastronómico en el parque principal, un amplísimo menú de postres de esos que sólo se ven en el altiplano cundiboyacense.  Jamás me imaginaría que alguna de las colaciones campesinas que disfruté con un tinto en la tradicional cafetería del pueblo patrimonio de Monguí me habrían afectado. De seguro fueron las delicadas panelitas o los caramelos de miel de abejas... Pero no, es indebido dudar de tan nobles y alados insectos...
Longaniza en Sutamarchán

Voy a medio viaje, no debo concentrarme en mis aflicciones gástricas, pues aún me restan los manjares de Villa de Leyva que sólo serán superados por la comida reina de Sutamarchán, como la longaniza, o por un espejuelo u otro de los coloridos dulces que venden a las afueras de la catedral de sal.  O, tal vez, esa sal celestial contribuya a curar mi estómago.


Mejor dicho, ¡que se me tuerza una tripa! ¡Pues no dejaré de comer en este viaje!


Andrés Rivera Berrío
Enero 29 de 2013
Paipa, Boyacá

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